A primera hora de la mañana para evitar aglomeraciones nos hemos dirigido al castillo de Bran. Hemos llegado a las 9, hora a la que abren ( 35 leí adultos, 7 leí estudiantes). El castillo desde fuera es bastante impresionante ya que se alza sobre una pared de roca y tiene de fondo las verdes montañas de los Cárpatos.
Una vez dentro, hay que ir recorriendo un circuito señalizado que pasa por diferentes dependencias. El problema es que una vez dentro de las salas del castillo se pierde un poco las perspectiva de donde estas y sólo en las salas que dan al patio central sigues teniendo la sensación de estar visitando un castillo de esta magnitud.
La leyenda de Drácula está explotada hasta la saciedad en esta zona. Que si el castillo de Drácula, que si las tiendas de recuerdos con camisetas y tazas de Drácula, que si el restaurante de Drácula...
De allí nos hemos ido a Sinaia, en los montes Bucegi, donde en invierno se practica el esquí en las escarpadas montañas que se alzan junto al pueblo, y en verano, el excursionismo.
Nuestra razón para visitar la ciudad no ha sido ninguna de las anteriores, si no que lo nos ha traído hasta aquí ha sido el Castillo de Peles, una residencia que el rey Carlos I de Rumanía mandó construir para pasar los veranos. En realidad no es un castillo, es un palacio en un entorno natural magnífico.
Da igual estar en Rusia, en España, en Rumanía, en China… cuando uno llega a las residencias de los reyes y emperadores lo único que se encuentra es despilfarro y ostentación. Los mejores mármoles, complicados suelos o paredes de marquetería, caros tapices, alabastros, oro y piedras preciosas que decoran inmensos palacios con enormes jardines. El castillo de Peles es otro ejemplo más de la larga lista de edificios de este tipo que hemos visitado.
Igual que ayer, a media tarde y sin previo aviso, ha empezado a caer una fuerte tormenta mientras visitábamos los jardines del palacio y que nos ha hecho correr hasta el aparcamiento.
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