Tras la primera impresión, después de pasear un rato hemos podido comprobar que en la capital también hay rincones con encanto y que goza de una vibrante vida social y de ocio.
Bucarest es una ciudad enorme de la que sólo hemos visto el centro. Edificios nuevos o restaurados comparten las calles con otros en pésimo estado de conservación.
En las calles peatonales del centro y en las principales avenidas se nota el esfuerzo por remodelar la ciudad y darle un aire de modernidad.
Es verdad que el pasado más reciente vio desaparecer una buena parte de su patrimonio arquitectónico tradicional, pero todavía se puede descubrir un paisaje en el que se mezclan grandiosos edificios oficiales de la segunda mitad del siglo XX, con iglesias de diferentes credos, calles peatonales o algún resto del origen medieval.
Una de las arterias principales de la ciudad es B-dul Unirii, una amplia avenida llena de fuentes y parques que termina en el imponente Palacio del Parlamento , que visitaremos mañana.
Hemos comido en la calle Stavtopoleos, en un local encantador de aire modernista, llamado Caru'cu bere. Sirven comida típica a buen precio y tienen una amplia variedad de platos y bebidas, así como un menú del día muy completo.
Nos ha encantado la galería comercial acristalada situada en el Pasaje Macca Vilacrosse, al lado de la calle Calea Victoriei.
También hemos paseado por el parque Cismigiu, donde los niños han alquilado una barca de remos para pasear por el lago.
De vuelta al hotel nos hemos encontrado con espectáculos callejeros, preludio de un festival de teatro que se va a celebrar en la ciudad.
Cuando ha anochecido nos hemos dado cuenta que la zona cercana al hotel estaba llena de sitios donde salir a tomar una copa por la noche, y hemos disfrutado de un recinto con hamacas y música en directo durante un rato.
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