Visitar los valles de la región de Maramures es como viajar en el tiempo. Casas de madera con enormes puertas de madera tallada delante de las casas, nidos de cigüeña por todos lados, casas con tejados de madera, campesinos ataviados con el traje tradicional trabajando en los campos o transportando paja con el carro de caballos, ancianas hilando lana en las puertas de su casas, y gente muy amable que sin saber idiomas se ofrece a ayudarte o simplemente a conversar con el turista e intentar explicarle sus tradiciones.
En estos valles de difícil acceso, en medio de un entorno natural privilegiado de prados verdes, frondosos bosques y riachuelos, se encuentran las iglesias de madera Patrimonio de la Humanidad construidas en los S.XVIII o XIX tras el fin de las invasiones tártaras. Están situadas en pequeños pueblos a los que se accede por caminos o estrechas carreteras, por lo que no hay autobuses de turistas y las visitas son tranquilas y placenteras. Al llegar lo primero que te maravilla es que están rodeadas de cementerios llenos de flores y tienen altos campanarios muy puntiagudos. Una vez dentro hemos podido contemplar que sus paredes interiores están cubiertas de coloridas pinturas que muestran pasajes de la Biblia y escenas cotidianas de la vida rural.
La primera que hemos visitado, y la que más nos has gustado ha sido la de Desesti. Es una iglesia ortodoxa situada sobre una pequeña colina, con una cristo crucificado en madera frente a la entrada principal. El jardinero ha llamado al teléfono que había apuntado en la información de la entrada y enseguida ha venido un chico a abrirnos y a enseñarnos la iglesia. El interior es maravilloso. La pequeña nave separada en dos zonas tiene todo el suelo cubierto de alfombras de lana tejidas y las pinturas de las paredes de tonalidades blancas, rojas y azules, que han sido restauradas, lucen con todo su esplendor. En esta iglesia no hay precio de entrada fijo, pero le hemos dado un donativo al chico que nos la ha enseñado.
De aquí nos hemos ido a la iglesia de Surdesti. También es de madera y del mismo estilo que la anterior, pero esta es una iglesia cristiana griega dedicada a los arcángeles Gabriel y Miguel. La torre, la más alta entre las iglesias de madera de la región tiene una altura de 72 m. El precio de la entrada es de 5 euros para los adultos.
Muy cerca está la iglesia de Plopis también dedicada a los Arcángeles, aunque esta es ortodoxa. Está en las afueras del pueblo sobre un pequeño promontorio y rodeada de campos de cultivo y pajares. La señora que abre la iglesia acepta donativos y nos ha explicado que durante la liturgia, en estas iglesias ortodoxas antiguas, la pequeña nave tiene dos zonas separadas por unas columnas porque los hombres y las mujeres están separados, los hombres delante y las mujeres en la parte trasera de la estancia.
Al salir hemos empezado a preguntar a la poca gente que había en la calle donde podíamos comer, porque todos estos pueblos del valle son muy pequeños y no habíamos visto nada que tuviera pinta de restaurante. Al llegar a Budesti, una señora que preparaba en el porche de un edificio un caldero de sopa de col para los asistentes a un entierro que había por la tarde, ha acabado llamando por teléfono a su amiga de la Pensiunea Bontos para que nos preparara la comida, que ha consistido en un aperitivo tradicional y ciorva de cerdo.
En Barsana se encuentra un Monasterio con un gran recinto en el que hay una iglesia antigua que fue trasladada desde otra población hasta este pueblo, además de otras edificaciones de reciente construcción, jardines y un pequeño lago. Es un centro de peregrinación de los fieles ortodoxos rumanos, por lo que la mayoría de los visitantes eran autóctonos (aquí no se paga entrada).
Los niños estaban ya saturados de iglesias, pero hemos parado un momento en la basílica de Poienile Izei exteriormente es muy similar a las anteriores. A los pocos minutos de llegar a aparecido una señora con las llaves dispuesta a enseñárnosla, (4 euros por persona). Al atravesar la entrada encontramos a nuestra izquierda amenazadoras pinturas de escenas en las que los demonios torturan a los pecadores por haber cometido faltas como quedarse dormidos los domingos en vez de ir a misa. Se ve, por ejemplo, como les pasan un arado por la espalda. En el muro de la derecha, en cambio, hay reconfortantes escenas de cómo se vive en el cielo.
De vuelta a nuestro alojamiento no hemos podido evitar detenernos en el pueblo de Barsana (al norte del monasterio) donde una anciana de 90 años estaba hilando en la puerta de su casa. Salvando las dificultades del idioma con gestos y mucha simpatía nos ha dado explicaciones de como lo hacía.
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