Hemos ido a Salaspils, al sureste de Riga, un pueblo como muchos de los que hemos visto ya, de bloques estilo socialista en bastante mal estado, rodeados de bosque, césped y flores muy bien cuidadas.
En las afueras del pueblo hace años había un campo de concentración, el Campo de Concentración de Salaspils. En ese lugar, ahora se encuentra un monumento que nos ha impresionado mucho por sus dimensiones, y que es la puerta de entrada a la explanada donde se encontraban los barracones del campo. El lugar donde se encontraban los barracones ya derruidos está ahora señalizado por un perímetro de ladrillos con arbustos y flores en su interior.
Unas estatuas gigantescas de prisioneros en cuyos rostros se refleja el sufrimiento ocupan el centro del recinto.
Era primera hora de la mañana, no había nadie más visitando el lugar y el único sonido que podíamos escuchar provenía del lateral del monumento de donde salía un sonido como de un corazón latiendo. Todo el entorno invitaba a reflexionar sobre el extremismo y el radicalismo, y sobre si hacemos lo que podemos por ayudar a los refugiados y a la gente que todavía hoy en día es perseguida por su raza o su religión.
De aquí nos hemos ido a un destino más lúdico, las playas de Jurmala. Es el lugar donde pasan sus vacaciones parte de los ciudadanos de las repúblicas bálticas, y por primera vez en este viaje nos hemos encontrado con un mar de color azul que invitaba al baño.
La playa es ancha y de varios kilómetros de longitud, paralelo a ella se encuentra una franja de bosque, detrás del que se hayan las viviendas del pueblo, un conjunto de preciosas casas de madera cada una rodeada por su jardín.
No hemos estado mucho rato pues al pasar por la autovía que entra al pueblo nos hemos pasado el lugar donde creemos que había que comprar una especie de ticket de entrada a la zona que luego hay que pegar en el parabrisas, ya que casi todos los demás coches lo llevaban. El miedo a una multa y el hecho de que el agua estaba un poco fría para alguien acostumbrado a bañarse en el Mediterraneo nos han hecho abandonar rápido el lugar.
La tercera sorpresa del día ha sido la Jelgava, una ciudad industrial y universitaria en la que no teníamos muy claro que íbamos a encontrar. La ciudad se encuentra a la orilla de un río, con un paseo y unas cascadas artificiales, donde se puede pasear en barco, en patín de agua, hay un par de playas fluviales donde la gente de bañaba, y en una isla que forma el río junto a un parque hemos visitado una exposición de esculturas de arena cuya temática era Africa.
También hemos ido a la iglesia ortodoxa de santa Ana y San Simeón, cuyas cúpulas y muros azules la hacían encantadora.
Después de comer nos hemos acercado al Palacio de los duques de Courland, en las afueras de la ciudad junto al río Lielupe. Enorme pero no demasiado bien cuidado, la pintura de los muros exteriores necesitaría un repaso y como en su interior se encuentran un par de museos que no nos interesaban sólo lo hemos visto por fuera.
Siguiendo con los palacios nos hemos encaminado hacia el Palacio Rundale, construido por Bartolomeo Rastrelli el mismo arquitecto que diseñó el Palacio de Catalina en Tsarkoye Selo y el Palacio de invierno de San Petersburgo, que es el edificio que aloja ahora el Hermitage.
Éste es más pequeño pero con muchas similitudes de estructura y ornamentos con el Hermitage y también con el palacio de Catalina que visitamos en la afueras de San Petersburgo. Además, al estar alejado de las zonas turísticas clásicas, a los 5 minutos de llegar ya estábamos visitándolo por dentro, sin hacer ninguna cola.
El palacio fuer mandado construir por Ernst Johann Von Biron, duque de Curlandia, una de las tres provincias de Letonia. Es una pequeña joya del arte barroco y rococó . Unos jardines con caprichosas formas formadas por flores y plantas ocupan toda la parte posterior del edificio, y en los sótanos hemos visto también una exposición muy interesante de cómo estaban algunos elementos del palacio después de la guerra y antes de la restauración y una colección de cerraduras bastante curiosas.
A un par de kilómetros de este palacio se encuentra el de Mezotne, otra casa señorial ahora convertida en hotel, al que desde el lado del río Lielupe en el que estábamos se accede por un puente peatonal flotante.
Hemos llegado a Bauska, la ciudad donde dormimos hoy y después de instalarnos y descansar un poco en el hotel todavía nos ha dado tiempo a visitar el castillo, destruido y reconstruido en numerosas ocasiones, por lo que la mezcla de estilos arquitectónicos y los múltiples remiendos en los muros de la parte vieja, con piedras y ladrillos de múltiples las formas y clases, le da un aire caótico.
El día ha acabado tras una cena muy rica y a muy buen precio en Aveni restaurant.
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